martes, 18 de enero de 2011

¿Acuerdo humanitario y negociación de paz con las Farc?

      La liberación unilateral de cinco secuestrados en poder de las Farc es una jugada a varias bandas del grupo terrorista, pues busca relegitimar a Piedad Córdoba,  proyectar Dilma Rousseff como la gestora de la “paz” en Colombia, facilitar la labor política venidera de Lula en el continente, y desde luego, que al comunidad internacional retire el rótulo de terroristas a las Farc.
      En teoría suena atractivo un anuncio de aclimatación de paz, pero el fondo del asunto es diferente. Las Farc se guían por el Plan Estratégico que no es otra cosa que la hoja de ruta integral que tiene su partido político para avanzar hacia la toma del poder e imponer una dictadura totalitaria en Colombia, afín a los intereses del socialismo del siglo XXI.
      No es un secreto que los contundentes golpes tácticos de connotaciones político-estratégicas propiciados por las Fuerzas Militares en desarrollo de la Estrategia de Seguridad Democrática, contribuyeron a aumentar problemas internos en las Farc verbigracia, dificultades de comunicación entre los cabecillas del Secretariado, incremento de las deserciones, pérdida del secreto de sus planes, revelación de los nombres de sus cómplices dentro y fuera del país,  corroboración de su inmersión en el narcotráfico, así como la confirmación de su autoría en diversos actos terroristas, negada por ellos mismos.
     Por lo tanto, antes de tomar cualquier decisión de fondo y en contravía con la presión internacional que ejercen los amigos de las Farc, el gobierno colombiano y la Cancillería deben examinar con lupa los reveladores documentos del Movimiento Continental Bolivariano, el Foro de Sao Paulo y los comprometedores emails hallados en los computadores de Reyes en Ecuador y de Jojoy y Tirofijo en La Macarena.
    Ninguno de estos documentos se inclina hacia la paz con desarme y sometimiento de los terroristas a la justicia colombiana. Mucho menos refiere la reparación de las víctimas que ha producido el latente ataque de las guerrillas comunistas contra la institucionalidad desde hace cincuenta años. 
    Por el contrario, son planes de guerra combinados con argucias publicitarias y estratagemas politiqueras continentales orientadas a legitimar a las Farc, lograr que el gobierno colombiano se siente a hablar de acuerdo humanitario y de supuesta paz con los terroristas, para que así los gobiernos afines al Foro de Sao Paulo, puedan reconocerles estatus de beligerancia, abrirles embajadas en sus países y apoyar el Plan Guaicapuro del gobierno de Venezuela contra Colombia, para instaurar aquí un gobierno afín al socialismo del siglo XXI y la línea castro-chavista.
    Es evidente que el gobierno colombiano se quedó corto y demostró carencia de estrategia integral para contrarrestar los planes terroristas en el hemisferio,  por no llevar los computadores de Reyes a la Corte Penal Internacional, por no desenmascarar a todos los que allí aparecen comprometidos y fuera de eso por el inexplicable silencio y manejo a cuentagotas que se ha dado a los voluminosos y de seguro, explosivos contenidos, de los computadores de Jojoy y Marulanda incautados en un mismo sitio.
    Si se analizan los hechos ocurridos después de la improcedente reunión de Tirofijo con Chávez, Correa, Evo y Ortega en el Yarí, el libreto de las Farc y sus correligionarios ha sido el mismo: Farsas de liberaciones a cuentagotas, propaganda sesgada  contra el gobierno colombiano apoyada desde la sombra por los miembros más recalcitrantes de Unasur, difusión de la idea de negociar el acuerdo humanitario con la subsiguiente paz, ataques terroristas aislados y protagonismo mediático de Colombianos por la Paz al unísono con la “discreción” mediadora de Lula.
    Sin embargo, las operaciones Jaque, Fénix, Camaleón y Sodoma, sumadas a la torpeza de las Farc al asesinar al gobernador del Caquetá recién secuestrado, y el descubrimiento de todos sus planes, han conducido el curso estratégico de los acontecimientos a que Dilma Rousseff, sea la tabla salvadora que evite el naufragio de las Farc como proyecto político.
     En ese orden de ideas, así como la Cancillería debe reaccionar para difundir ante el mundo la realidad “fariana” y denunciar ante los tribunales internacionales a quienes apoyan el terrorismo contra Colombia; los ministerios del Interior, Justicia y Defensa, deben desempolvar las experiencias  de las fracasadas negociaciones de paz de las Farc con las administraciones Betancur, Barco, Gaviria, Samper y Pastrana, para asesorar al gobierno central cómo debe actuar, dada la farsa reiterativa y la metodología engañosa del Secretariado de las Farc.
      La explicación es sencilla. Si desde hace más de diez años, las Farc se han obcecado en negociar un acuerdo humanitario para legitimar el secuestro y alargar la guerra, hoy que están en dificultades políticas, militares, logísticas y de interacción con los cabecillas nacionales, pero indoctrinados por el credo marxista-leninista y convencidos que el lineamiento táctico alrededor del terrorismo es correcto, las Farc no van a renunciar ni al Plan Estratégico, ni a la idea de meter a Colombia en el entorno castro-chavista que corre por el hemisferio. 
     Además, sus socios internacionales tampoco van a renunciar a esa posibilidad, porque entre otras cosas, quienes están implicados en apoyar las Farc, necesitan que el entramado capitalista se caiga en Colombia, para quitarse ese problema de encima, primero con la legitimación de las Farc y después con el apoyo militar, económico y diplomático a ala ofensiva final del grupo terrorista.
Todo esto india que la liberación de los cinco secuestrados a cuentagotas, como apéndice de la búsqueda del acuerdo humanitario que tanto promueven sus socios políticos, no es ningún paso hacia la paz, sino una jugada estratégica más hacia la prolongación de la guerra en al que llevan cincuenta años, a la que no van a renunciar pues como decía Tirofijo: “estos fusiles lso conseguimos en combate, nadie nos los dio, entonces tampoco tenemos porque entregarlos a la oligarquía.
       Así ha sido cada vez que el gobierno se sienta a hablar con las Farc. Cambian el libreto, se declaran agredidos, culpan al gobierno de toda la violencia que han generado las cuadrillas de las Farc, amenazan estar muy furiosos y descontentos con el trato recibido, y dilatan las cosas mientras sus cuadrillas se fortalecen en los campos político y armado. 
     Luego rompen las conversaciones y afirman que no les quedó otra salida que continuar en la guerra. Las Farc nunca han pensado en desmovilizarse, ni en la reforma agraria, ni en la paz. Su argumento es la guerra para conseguir la paz comunista, es decir, para tomarse el poder e implantar un gobierno totalitario en Colombia. Ni más ni menos.
      Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
       Analista de asuntos estratégicos